A principios de agosto Vietnam registraba apenas 800 casos de coronavirus en todo el país y cero muertos, unas cifras espectaculares dado que comparte frontera con China. Tras un rebrote en la muy turística ciudad de Danang los casos ya superan los mil y en el momento de redactar estas líneas son 29 los fallecidos por COVID19. Eso sí, sobre una población de 91 millones de habitantes.
¿Vietnam? ¿Pero no te habíamos dejado en Transilvania?
A mi sí, pero a Carlota, periodista española residente en la Cochinchina, no. Le pregunto por correo que como llevan los exiliados el confinamiento en la distancia y me responde esto:
«Ahora mismo regular, la verdad. Todo iba fenomenal, llevábamos más de tres meses sin ningún caso de transmisión comunitaria, con cero muertes por Covid-19 y, de pronto, la semana pasada hubo un brote en Danang. Desde entonces, hemos pasado de hacer vida completamente normal (sin restricciones, mascarillas, ni nada porque no había ningún caso nuevo más allá de personas repatriadas a las que se ponía en cuarentena estatal nada más aterrizar) a temer un segundo confinamiento. Las restricciones están volviendo poco a poco y los casos están subiendo mucho más rápidamente que en la oleada previa. Las perspectivas, desde mi punto de vista, siguen siendo buenas porque el gobierno vietnamita ha reaccionado inmediatamente. Aun así, la idea de tener que volver a encerrarnos en casa cuando las vacaciones estaban a la vuelta de la esquina se nos hace cuesta arriba».
Guerra al COVID-19 con poster setenteros
(¿Saben? Yo odiaba la primera persona cuando empecé a escribir este blog. Pero ya no encuentro otra manera de seguir con él).
Cuando todo esto empezó yo vivía en Eslovaquia. Escribo estas líneas, y lo que queda de narración -no es tanto como parece, pero menos de lo que esperaba- desde España. Ya he vivido el último capítulo y tengo más o menos una idea de cómo va a acabar esto, aunque, igual que durante el viaje, iré improvisando.
Todos a la vez

Si pudieras elegir el cómo y cuándo, ¿dónde pasarías el próximo confinamiento? Fotos: Lucía Rivas
La semana que pasé en Rumanía, a mitad de julio, fue la única durante la que temí quedarme «atrapado» en el país por el que pasaba. Aunque ha dado tiempo a que España la supere, ese mes Rumanía era el país con peores cifras de rebrote. Hungría cerró sus fronteras mientras yo las cruzaba –es una costumbre de la casa– y las calles se «rebobinaban» en un equivalente a la Fase 2 española: solo terrazas abiertas, prohibición de reuniones de más de 10 personas, etc.
Esta sensación de irrealidad se debe al hecho de que por primera vez nos está ocurriendo algo real. Es decir, nos está ocurriendo algo a todos juntos y al mismo tiempo. Aprovechemos la oportunidad.
— Santiago Alba Rico (@SantiagoAlbaR) March 13, 2020
Al comienzo del confinamiento el filósofo Santiago Alba Rico se descolgó con un tuit terrible y gozoso que dio paso a un artículo menos viral y mucho menos conciso. Era el momento en el que decíamos que «íbamos a salir mejores», cuando algún desaprensivo decidió que Resistiré del Dúo Dinámico era mejor opción que Sobreviviré de Mónica Naranjo como himno del confinamiento e, inicialmente, nuestros estimados próceres de la patria eran capaces de tener la boca cerrada. En ese momento yo me preguntaba si, de estar en España, aplaudiría, porque en Eslovaquia solo salían los viernes, no todos los días.
Ahora la cuestión es cómo seguimos viviendo con el virus. Cómo nos preparamos para que, quizás, durante los próximos años, cada ciertos meses, en ciertas zonas geográficas, nos toque confinarnos. La diáspora económica de la crisis de 2008 hace que a cuatro clicks en redes uno tenga conocidos repartidos por tres continentes y con perspectivas de volver. Así que se lo pregunté. A 3.000, 7.000 o 10.000 kilómetros de casa, con los amigos cancelando bodas y hasta algún familiar en la UCI. Si estuviese en vuestra mano elegir, que no lo está. ¿Dónde pasaríais el siguiente confinamiento?
Toronto entero
Canadá, al cierre de este artículo: 126.646 casos confirmados y 9.098 muertos para una población de 37,5 millones de personas.
«Visto lo visto, sabiendo lo que sabemos y teniendo en cuenta que no hemos tenido que sufrir un confinamiento de verdad, el siguiente lo pasaríamos (y lo pasaremos) en Vancouver. Sin ninguna duda. O tal vez en el monte, ahora que trabajamos a distancia. No lo sabemos».
Clara y Jorge son de Zaragoza pero viven en Vancouver, porque la vida es así de rara. Desde el principio en sus lugares de trabajo nos aseguraron que podrían trabajar y estudiar desde casa. Un mes después de empezar el trabajo remoto, Jorge perdió su trabajo y Clara perdió uno de los suyos (estudia a tiempo completo y tenía dos trabajos a tiempo parcial). El gobierno canadiense dio muchas ayudas a los que habían perdido el trabajo y además ella encontró otro a tiempo parcial al poco tiempo. Me van respondiendo mientras yo atravieso Grecia y ellos Canadá para hacer un trámite del permiso de residencia en el consulado Toronto, a 3.300 kilómetros de su lugar de residencia.
«Lo más jodido fue estar lejos y ver cómo nuestras familias se quedaban confinadas, sin trabajo, con miedo e incertidumbre. Además, el 20 de abril íbamos a viajar a España por primera vez desde que llegamos a Canadá en agosto de 2018. Por supuesto, nuestro viaje fue cancelado y la compañía aérea se negó a devolvernos el dinero.No pudimos hacer nada. Nos quedamos sin ver y abrazar a nuestras familias, sin comer croqueticas y anchoas en salmuera y con un vale por CA$3,000 para volar con una aerolínea que no sabemos si seguirá existiendo a final de verano».
Una señal roja en la puerta
Suecia: 83.898 casos confirmados y 5.820 fallecidos sobre 10,2 millones de habitantes.
«Veremos la segunda ola, como va a ser. De momento una lata tener otra vez la incertidumbre de si podremos reunirnos con la familia en Navidades o no. Hungría quieras que no es fácil, hay vuelo directo y son máximos dos horas de vuelo. Sevilla ya es otra historia, cuatro horas de vuelo a Málaga y luego tren. Viajar es mas duro ahora física y mentalmente».
Pablo es otro sevillano -nadie es perfecto- exiliado. Su mujer es húngara y viven en Suecia. Él me hizo de guía local en Budapest en 2015, ahora nos hemos cruzado sin llegar a encontrarnos. En su país de acogida, como se ha publicado muchas veces, no hubo ninguna clase de confinamiento, aunque ellos pasaron a teletrabajar por precaución. Cuando se levantaron las restricciones de viaje bajaron a Hungría a la boda de un familiar con miedo a la quincena de cuarentena obligatoria: «Lo veíamos mal porque ponen un papelito rojo en la puerta para señalar que hay alguien aislado allí. Estaríamos viviendo con mis suegros, y queda feo tener en la puerta un papel rojo para que todos vean que hay peligro, ¿no? Por suerte lo quitaron justo para cuando veníamos y no tuvimos que hacerlo».
Mejor en Navidad, que así tenemos excusa
Por el camino he preguntado a una argentina residente en Bulgaria y a colombianos repartidos por el mundo. Yo mismo, que acabo de escribir esto desde Lora del Río, provincia de Sevilla, y sé que lo leeréis con algunas partes de España en semiconfinamiento no oficial, me lo pregunto. Después de seis países en menos de un mes y un año de siete y medio, ¿dónde te gustaría encerrarte a seguir forzando una rutina y escribir, escribir como si no hubiese mañana? ¿Bratislava? ¿Praga? ¿Atenas?
Una amiga de Granada me da una respuesta que no esperaba. Adelanta a todos por la izquierda. Comentaba con su madre que, si hubiese otro confinamiento y pudiesen elegir, cuándo preferirían que ocurriese. Lo dirían las dos a la vez, a ver si coincidía. ¿La respuesta? «¡En Navidad! Para así tener excusa para no reunirse con tanta gente, no tener que cocinar tanto, no estar pendiente de todos los invitados… y luego, encima, limpiar».
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