Fue el 30 de julio. El calor de Atenas era húmedo y pesado, estábamos a 36ºC. El Museo Arqueológico Nacional solo abre a partir de las 13.00 y había que hacer cola por las restricciones sanitarias, así que allí estaba yo, a mediodía, atravesando la calle Deliglianni, con gafas de sol y mascarilla, el conjunto del verano. Justo dejando atrás la casa okupa -todo el barrio está lleno de banderas anarquistas, te marcan el camino-, en la esquina con la calle Vasileus Irakliou, había un corro de cuatro personas. Me fijé porque al menos dos no llevaban mascarilla. Distancia de seguridad cero. Quizás son familia, pensé.
Me detuve a fisgar. Miraban hacia el suelo. A una tortuga, lo suficientemente grande para que la distinguiese desde la otra acera pese a estar rodeada de humanos que discutían en griego. Movía la cabeza, muy poco, y una pata. Tenía el caparazón abollado y astillado, había debido caerse o golpearse contra algo pesado. Recordé una frase que leí en algún lado. El caparazón no es de la tortuga. El caparazón es la tortuga.
Grecia, destino seguro
Mi plan de viaje no contemplaba pisar un aeropuerto hasta el regreso a España. Pero llegué a Sofía y empecé a averiguar el paso a Grecia. Quería cruzar por Promachonas y llegar hasta Tesalónica. Descartadas las Termópilas, que hoy están llanas y solo tienen una estatua y una placa, pensé en detenerme en Delfos a consultar al Oráculo. Esas cosas.
Pero el país heleno, la cuna de la civilización, el hogar de los dioses, se había propuesto salvar la temporada turística por tierra, mar y aire. Rescatar la Economía. Incluso la Econotuya. El PIB. El BCE. El FMI. El BMN. La repanocha.

Atenas. Grecia. Museo Arqueológico. 14.30. Franceses. Un caballo.
En la web Reopen EU, que ya usé en capítulos anteriores, uno podía leer las, en ese momento, estrictas condiciones impuestas al viajero. Rellenar el Formulario de Localización de Pasajeros (PLC) para que sus autoridades sanitarias pudiesen rastrear posibles brotes importados. Prueba PCR negativa en laboratorio homologado 48 horas anterior al viaje si se entraba por tierra. Prueba PCR en el aeropuerto, con dos días de confinamiento hasta tener resultado negativo, si se llegaba en avión.
Más aún. Hacerme la PCR en Sofía para poder entrar por tierra no bajaba de 180 euros. Más el tren (40-50 €). Más la estancia en Tesalónica. Volar directo a Atenas y que la prueba me la hiciesen ellos gratis, 108. Y miren, yo sé que debería reducir mi huella de carbono y que quizás la Humanidad regrese al Neolítico durante el siglo XXI por cosas como esta, pero aún no había publicado -ni cobrado- la mayoría de reportajes que fui escribiendo por el camino. Autónomo post-confinamiento.
¿El vuelo? Lo habrán comprobado ustedes ya si han viajado en estos tres meses entre encierros: una hora y pico enlatados sin distancia social ni leches, cenando en el aire. Y al llegar al aeropuerto de Atenas servidor de ustedes pensando: la PCR es aleatoria y por mucho que venga de Bulgaria y haya vivido los últimos seis meses en Eslovaquia van a ver que soy español y aleatoria va a ser mi abuela, me van a meter el palo por la nariz. Que ya me han advertido desde casa que si no duele te lo están haciendo mal.
¿Seguro? Seguro que no. Ni temperatura ni PCR ni enséñeme la fichita ni nada, que por otra parte ya advierten los expertos que aunque me lo hubiesen hecho, es postureo y no valdría para nada. Aterricé casi a medianoche y decidí que ya valía de ir en lata, así que me metí un taxi. También por hacer eso de periodista de hablar con el peseta y creer que con eso ya te has mezclado con los locales y sabes de qué va la movida. Costas, se llamaba. Aparte de comentar que llevaba desde las 17.00 o las 18.00 sin clientes, me dijo que él de PCR no había visto nada. Que eso que dijo el ministro de que iban a desplegar al Ejército para ayudar, mentira podrida.
En el momento de terminar esta crónica, Grecia ya cuenta 16.286 contagios y 357 fallecidos por coronavirus sobre una población de 10,7 millones de personas. No es una incidencia tan grande como la de otros países, pero solo en agosto hubo 3.271 contagios, más que los que se registraron sumando marzo (1.307) y abril (1.277) durante el primer brote. La cifra total se casos se ha duplicado entre ese mes y el actual. Pero atención, según los datos de la Secretaría General de Protección Civil, solo un 17% de los nuevos casos griegos son importados.
El penúltimo turista del Partenón

Todo lleno de andamios. Me siento como en casa.
En Bulgaria no pisé un museo. En Rumanía me limité al no-castillo de Drácula mientras comía como un señor. En Grecia tenía que hacer el guiri. Porque el Partenón estaba vacío. Bueno, había turistas franceses y una pareja extremeña. Todos con nuestras máscaras, sudando goterones como pulgares de monos. Venga selfie con las Cariátides. Venga selfie con Atenas al fondo. Venga selfie con los andamios. Venga cantar la banda sonora de Hércules de la Disney y mandarle un vídeo a mi hermana por hacer el mamarracho, que nunca sobra.
¿Y después? El Museo Arqueológico. El Museo Bizantino. El Museo de Historia de Grecia. En aquel parque dice San Google que hay una estatua de Atena Niké. Pues ahí voy. Leñe, los restos del Templo de Zeus. La biblioteca de Adriano. El Hefestión. (Estos últimos van con la misma entrada de la Acrópolis que el Partenón y te sirve para varios días, unos 30 euros que ya les digo yo que prorrateándolo sale que te lo regalan. Y es el Partenón, jefe, EL PARTENÓN: LA CUNA DE LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL, LA DEMOCRACIA, EUROPA, LA VIRGEN SANTA).
Ejem. En el Museo de Historia de Grecia había una exposición con Clicks de Playmobil. Ya saben. Después de 45 minutos de ver banderas de las guerras de independencia del siglo XIX contra el Turco -aquí palmó Lord Byron, tanta gloria llevase como descansó dejó- la conserje me indica que me asome. Habían entrado dos familias griegas antes que yo y allí estaban, sin distancia ni máscaras ni nada.
El día antes había ido a Delfos, a ver al Oráculo -se lo cuento en otra entrega- y fui y volví a la estación del bus andando. De recogida ya se había hecho de noche y atravesé un par de calles de mi barrio de acogida, Exarjía. Si lo googlean verán que se trata del barrio «autogestionado» de Atenas, en guerra contra su gobierno y los turistas como yo. Un poco Realejo. Un poco Lavapiés. Donde las banderas anarquistas que les comentaba antes, las que marcaban el camino.

Bar anarquista con nombre español. Atenas, Grecia.
A esas horas Atenas no olía tanto a goma quemada como durante la mañana. Con su tráfico infernal domesticado y el firme de las aceras igual de tomado por la vegetación, lo que llegaba era el aroma de la fritanga y el salitre, esa mezcla de verano tan mediterránea. Se escuchaban varias fiestas particulares en pisos (quizás en la casa okupa, pero era un edificio de oficinas abandonado lleno ahora de familias, así que lo dudo). Ahí, no por primera vez desde Eslovaquia, me sentí un poco solo.
La tortuga y Hermes
El género de las tortugas es el de los animales quelonios, por una ninfa de la mitología griega. Quelona fue invitada a las bodas de Zeus y Hera -todos los dramas griegos empiezan en boda- pero se rehusó a asistir, quedándose en casa. En algunas versiones, por pura pereza. En otras, como un desprecio consciente. Ofendido, Zeus ordena a Hermes que arroje a Quelona al fondo del mar. El mensajero de los dioses obedece, pero para ello primero la convierte en tortuga. Puesto que se quedó en casa cuando había sido invitada a la boda de los dioses, se verá obligada a llevar siempre su casa a cuestas. Como pecó de pereza, se verá obligada a moverse siempre muy despacio.
El mismo Hermes, por cierto, inventó la lira al encontrar el caparazón vacío de una tortuga y colocarle unas cuerdas hechas con tripas de una vaca que había robado a su hermano Apolo. Para completar la barrabasada, le cambió el instrumento a este último por el caduceo o bastón de la concordia, el atributo de los dioses. Hermes, creador de lo hermético, del conocimiento secreto que debe ser protegido y trae la iluminación en las épocas oscuras, siempre es representado sosteniéndolo.
Los dos mitos parten de una base errónea, claro. El caparazón es el esqueleto de la tortuga, con la columna vertebral a la inversa de como la tenemos colocada los humanos. Es decir, el caparazón no es un refugio para la tortuga ni se puede quedar «vacío». El caparazón es la tortuga.
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