Eszter es húngara pero se pasó años viviendo en EEUU. Se le nota en el inglés y en el trato con el turista. Guía un tour por los Ruin Pubs del distrito de fiesta de Budapest, el 7º. Es el antiguo barrio judío conocido desde el siglo XIX como Erzsébetváros, es decir, el barrio de Isabel, en referencia a la Emperatriz Isabel de Baviera. Sí. A Sissi Emperatriz. Eszter nos habla un poco de la señora, que tiene por allí una estatua en la que se da un aire a Mary Poppins. También nos cuenta el choque que le supuso volver a acostumbrarse al estilo de vida húngaro cuando regresó desde Los Ángeles hace unos años. “Estuve gestionando propiedades en AirBnB y cuando contrataba una obra me costaba hacerme entender. Yo era como ‘soy la que paga, tienes que hacer lo que yo te diga’ y no lo acababan de comprender”.
El tour “de bares” es mínimo: una pareja estadounidense que vive en Alemania y yo, que me he apuntado más para poder escribir esto y preguntarle a la guía detalles del negocio que porque me apetezca. Más que nada porque al único Ruin Bar que se mantiene “auténtico” 100%, el Szimpla Kert -Simple Garden en la publi para guiris-, ya he ido el día antes por mi cuenta. Los ruin bars son antros que se abrieron en edificios abandonados del centro de Budapest entre finales de los 90 y los primeros 2000. En su momento se los tomó como símbolo de la regeneración de la ciudad tras el pasado comunista y hoy son símbolos de la gentrificación y el turismo de juerga. De hecho al 7º distrito se lo conoce en las guías en inglés como el party district, para disgusto de sus vecinos y el actual alcalde.
No comento las magnitudes de mi ingesta de cerveza para no parecer cipotudo. He estado viviendo un año entre Chequia y Eslovaquia. Créanme, el alcoholismo que ustedes puedan imaginar que he desarrollado a un buen checo le parecería el ritmo de bebida propio de un niño de primera comunión. La cerveza húngara de barril no está mal, pero ni punto de comparación con la checa sin pasteurizar. Eso sí, si pasan ustedes por Budapest vayan al Frici Papa e hínchense de goulash por cuatro duros.
Hungría, capital París
Budapest cuenta con 1,7 millones habitantes y es la ciudad más grande del país, cuya población asciende a 9,7 millones. En 2018 el turismo supuso una contribución directa a la economía húngara de 4 millones de dólares, lo que supone un 8,5% del PIB. En España es casi del doble, un 15%. Aproximadamente visitan cada año Hungría unos 10-11 millones de turistas, más que habitantes tiene. Pero, para acotar esa proporción, recordemos que solo por Granada pasaron en 2019 algo más de 5 millones de visitantes. Incluso siendo generosos y contando la provincia completa para llegar al millón, seguiríamos hablando de quintuplicar la población habitual.
Al cierre de esta entrega, Hungría tenía confirmados 4366 casos de coronavirus en todo el país, más de la mitad en Budapest -2014 sólo en la ciudad más otros 660 en la provincia de Pest-, y un total de 596 fallecidos. El primer brote oficial de COVID19 se produjo por el viaje de un estudiante de intercambio iraní en marzo, cuando el país persa era uno de los principales focos del virus. La desescalada húngara fue mucho más rápida que la española pero igual de asimétrica: Budapest tardó dos semanas más que el resto del país en volver a “abrirse”.
La moneda húngara es el florín, que cambia un euro a algo más 352 florines en el momento de escribir estas líneas. Para calcular en el supermercado y los restaurantes uno redondea sobre 350 e intenta pagar con tarjeta. Esto último en Eslovaquia, o al menos en Bratislava, se convirtió en práctica generalizada en pleno confinamiento y hasta para los dos cincuenta de un café para llevar -en Europa Central el café es caro y malo, pidan siempre capuccino y encomiéndense a San Martín de Porres- te decían que no, que “card”, que nada de “cash”. En Hungría la percepción de riesgo es menor, o la desconfianza hacia la tecnología es mayor, y aún este julio de Apocalipsis suave había lugares donde no quedaba más remedio que pagar en metálico. Si uno va al cajero, al que sea, la clavada será considerable. Pero son las reglas.

Sissi Emperatriz en su barrio de Budapest.
Okupas de diseño
No ha sido la primera visita de este humilde juntaletras a Budapest, aunque la actual fuese más larga y menos accidentada. En septiembre de 2015 pasé menos de 24 horas en total en la ciudad y dormí en ella una noche y media, persiguiendo la columna de refugiados sirios a la que el gobierno de Víktor Orbán cerró la frontera con Serbia. De eso hablaré más en la entrega exyugoeslava de este blog, claro, que no por no haber podido pisar el país, coronavirus mediante, voy a dejar de escribir sobre él. ¿No ve usted, querido lector, querida lectora, que ahora soy un columnista de los que usa la primera persona? No conocer algo de primera mano no me va a impedir sentar cátedra.
En fin. Con Eszter y la parejita de Texas -él es militar, ella nieta de mexicanos, no pueden con Trump y se alegran de no aguantarlo en directo, pero no les gusta nada que Joe Biden vaya por ahí tocando niñas sin permiso– visito cuatro bares, todos en el corazón de Erzsébetváros. Saludando con el codo y manteniendo la distancia, aunque casi nadie lleve mascarilla. Por Szimpla Kert paseamos arriba y abajo, visitando la zona de las proyecciones de cine mudo, pegándole en la carrocería a un coche de la RDA convertido en jardín vertical y tomándonos unas cervezas que iban incluidas en el precio del tour. El resto de bares se parecen más a pubs de moda, están bastante vacíos y en uno hasta tienen puesto el Real Madrid-Alavés.
Le pregunto a la guía por lo que he leído de una polémica entre el ayuntamiento y los propietarios de la zona. Evita responder con un capotazo digno de llevarse las dos orejas y el rabo. La entiendo, no está para meterse en berenjenales. Pero en dos minutos el gringo le va a hacer La Pregunta Gringa: “¿Qué piensan en [introduzca la zona geográfica en la que usted se encuentre] de los EEUU?”. Ahí sí se va a mojar, sin ningún problema. Yo solo les recuerdo a ustedes que en la plaza de la Libertad de Budapest hay una estatua de Ronald Reagan de tamaño natural.
Que el Simzpla no es ni remotamente un club de okupas recuperándole el terreno perdido a la cruel dictadura comunista lo contextualiza que en realidad se han mudado de lugar manteniendo el nombre y el diseño -un okupa ideológico de los de toda la vida no se va, lo echan- y que sus actuales propietarios encabezan las protestas de los empresarios de la zona contra las medidas del ayuntamiento para restringir el turismo. La última semana de julio, una después de que yo me marche en busca de Drácula, los negocios del barrio de Sissi se manifestaron por las calles de la ciudad. Mala suerte, les pisó los titulares una movilización de verdad: la de los húngaros reclamando libertad de prensa tras la enésima intervención de Orbán en un medio de comunicación crítico.
No más AirBnB
A los negocios de 7º Distrito les pilló desprevenidos cuando las autoridades aprovecharon la desescalada para aplicar medidas de restricción el turismo que en otras circunstancias habrían llegado de manera más progresiva. Por ejemplo, el gobierno húngaro legisló el pasado 15 de julio que los municipios tengan la capacidad de limitar el número de días al año que se puede usar una vivienda para alquileres de corta duración. Una medida similar a la que quiso aplicar Manuela Carmena en Madrid o funciona en la Barcelona de Ada Colau.
En el caso de Budapest, que casi ha doblado desde 2015 el número de alojamientos en AirBnb -de 5.200 a algo más de 10.000-, el ayuntamiento y los distritos decidieron acompañar la limitación con normas destinadas a acotar los espacios del ocio nocturno. Por ejemplo la obligación de cierre de locales en determinadas calles a partir de las 00.00, el aumento de multas por ruido, la obligatoriedad de equipos que controlen la música por encima de cierto nivel de decibelios y la responsabilidad para los locales en el caso de que haya clientes bebiendo en la calle.
Cuando tienes un barrio que las guías llaman party disctrict es posible que se vea afectado por decisiones de este tipo. Alegan los empresarios que tras los meses de parón por el coronavirus y con una temporada alta que no es que no sea alta, es que no se ni temporada, si se le añaden más de lo que ellos entienden por restricciones se les puede dar la puntilla. La guía Eszter nos explica que muchos locales no habían reabierto todavía a mitad de julio a pesar de que la desescalada húngara finalizó un mes antes porque “con tan poco turismo no les resulta rentable”.

Patio central de Simzpla Kert. No se nota el aforo reducido por la falta de turismo.
En Hungría se especuló con que Orbán, gracias a sus poderes absolutos, prolongó el confinamiento de la capital para perjudicar al alcalde, el ecologista Gergely Karácsony. Sin embargo, en el tema del turismo todas las fuerzas políticas parecen caminar en la misma dirección, sin que una deshaga las medidas que propone la otra ni se tome la pelea contra AirBnb y otras plataformas como una cuestión necesariamente “política”.
La pareja texana, por cierto, me propone tomar la última en el Szimpla. Me entero de que ella chapurrea algo de español y me doy cuenta de que me parecen demasiado jóvenes para ser padres -aunque igual quien ya va teniendo una edad soy yo-. Les encantaría visitar Granada algún día, cuando todo esto pase, me comentan. Les han dicho que la Alhambra es muy bonita y se come muy bien. También me preguntan que qué opinamos en España de los EEUU.
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