Estas crónicas de viaje o lo que sean se publican en diferido, así que unas veces escribo con retraso respecto al momento que narro y otras el texto ha esperado en un cajón una semana. Este es una mezcla de ambos. Pero la culpa no es mía. La culpa es del balón.
Empiezo con una frase de Di Stéfano, que es un intelectual tan válido como cualquier otro para traerlo a cuento: «El balón está hecho de cuero, el cuero viene de la vaca, la vaca come pasto, así que hay que echar el balón al pasto».
Budapest es una de las capitales del fútbol de Europa, aunque hoy esté injustamente olvidada. Sin virus, el Puskás Arena habría sido escenario de tres partidos del grupo F de la Eurocopa, el de la muerte, con todo un Portugal-Francia -campeón de Europa contra campeón del Mundo y reedición de la final 2016- retrasado ahora para el 23 de junio de 2021.
Cuando paso por allí, 10 de julio del presente, mascarilla y un calor húmedo cortesía del Danubio que no lo quisiera usted ni para su peor enemigo, es un desierto de hormigón que parece aislado de la ciudad.
El Puskás Arena
Me acerco al Puskás, aparte de porque soy un enfermo mental, porque está a menos de 15 minutos de la estación de Keleti, a la que voy a comprar mi billete de tren para Transilvania y de paso hacer fotos. Mi recuerdo anterior de ella es de 2015 convertida en campamento de refugiados. Ahora parece vacía, la estación original de tren modernista y espectacular, la novísima de metro otro cadáver de hormigón por el que caminan humanos con mascarilla.
Hay también dos violinistas desafinados que cuando les digo que soy español tocan ‘Por una cabeza’. Esto es la tercera vez que me pasa en un año y es la tercera vez que no aclaro al voluntarioso centroeuropeo que esa canción es Argentina, como Di Stéfano. Les dejo 1000 florines, que al cambio serán algo más de dos euros y medio.
Les diría que el balón está hecho de cuero, el cuero viene de la vaca, la vaca come pasto, así que hay que echar el balón al pasto.

Puskás Arena.
El Puskás Arena no es la sede de ningún club local, sino de la selección húngara de fútbol. En su actual versión aún no tiene ni un año, se inauguró en noviembre de 2019, listo para la Eurocopa retrasada. El anterior, el Puskás Stadion, data de allá por 1953, y como quiera que entonces Ferenc Puskás era un chaval de 26 años, se llamó Népstadion, es decir, El Estadio del Pueblo. En 2002 le cambiaron el nombre en memoria del delantero del Honved, el Real Madrid y la selección húngara, el mejor jugador magiar de todos los tiempos.
El Equipo de Oro magiar
Puskás ganó con el Real Madrid tres Copas de Europa y fue cuatro veces máximo goleador de la Liga. Pero su partido más recordado en todo el mundo es uno que perdió, la final Alemania-Hungría del Mundial de 1954. Aquella selección húngara, la mejor que ha tenido nunca el país, fue conocida como los Magiares Mágicos o El Equipo de Oro. Tienen una estatua dedicada en el paseo que lleva del Puskás Arena al Millenáris Sportpálya, el Velódromo del Milenio. Inaugurado en 1896 para conmemorar los Mil Años del Reino de Hungría -España no es el único país que presume de ser el más antiguo del mundo, todo depende de cómo haga usted las cuentas-, lleva estos casi 125 años acogiendo todo tipo de eventos deportivos, pero sobre todo ciclismo.
Lo importante: el Equipo de Oro era la más perfecta máquina de picar carne, futbolísticamente hablando, que vieron los siglos. Le ganaron a Inglaterra en Wembley cuando eso se suponía que era difícil. Arrasaban con todo, metían los goles de 8 en 8, se iban a comer el mundo. En la final, Alemania les acabó ganando 3 a 2, siendo la primera y última vez en la historia del deporte que un alemán ganando se ha considerado una sorpresa. Para los krauts fue tan importante que lo llamaron ‘el milagro de Berna’ -se jugaba en Suiza- y hasta Günter Grass le dedicó un relato en su libro ‘Mi Siglo’.
El final de los Magiares Mágicos no fue futbolístico sino político. El seleccionador Gusztáv Sebes hizo que el Hónved, el equipo del ejército comunista en aquel momento, fichase a los mejores jugadores de la época con el salvoconducto de llamarlos a filas -un clásico en las dictaduras del Telón de Acero- para que jugasen siempre juntos y lo hiciesen como un conjunto perfecto. Pese a la derrota en 1954, el Hónved era uno de los favoritos a ganar la Copa de Europa de 1956 cuando la invasión soviética de su país les pilló en Bilbao para jugar el partido de vuelta de una eliminatoria. La mitad del combinado decidió no volver a casa. Y hasta ahí.
Lo importante es que el balón está hecho de cuero, el cuero viene de la vaca, la vaca come pasto, así que hay que echar el balón al pasto.
El Holanda-España del Mundial, diez años después
Al día siguiente de mi visita a Keleti y el Puskás, el 11 de julio, me pilló la madre de todas las tormentas mientras paseaba por la orilla del río junto al parlamento húngaro. El Parlamento es una mole que más parece la unión de tres catedrales góticas que una aburrida cámara de representantes. En serio: 268 metros de longitud y 96 de alto. Empata con su vecina, la catedral de San Esteban. Pienso en lo romántico del olor del asfalto mojado -petricor, que diría un poeta- junto al Danubio con el castillo de Buda al fondo. Pero sobre todo pienso en el paraguas que he dejado en el alojamiento y me acuerdo de toda mi parentela por listo, cargando una mochila llena de papelotes que no deberían mojarse.
Entre otras cosas, llevo ‘The names heard long ago’, del periodista británico Jonathan Wilson, una historia de los Magiares Mágicos sin traducir al español. Quieren los hados, o el mismo espíritu de Puskás, que en el primer bar bajo cuya capota me refugio están repitiendo un partido de hace 10 años. Ya ves. Holanda-España. Johannesburgo. Soccer City, otro estadio de hormigón sin alma pero que la recibió prestada unos años después al acoger el funeral de Mandela.
Ojo, que el bareto está a medio camino del Parlamento y la plaza de la Libertad de Budapest. No es precisamente el distrito más barato. Pero miro los precios y resulta que es una pizzería. El camarero que me atiende acaba con mis complejos con el inglés: no es que yo lleve tres días sin entender a los húngaros por culpa de la LOGSE y mi pereza eslovaca, es que este señor es el primero que habla en voz alta. Una cerveza y una margarita jefe, que me voy a sentar a ver la patada en el pecho de De Jong a Xabi Alonso una década más tarde. Estoy más calvo, más gordo y más triste -hasta Xabi Alonso lo está-, pero esta vez sé cómo acaba la película.
Porque el balón está hecho de cuero, el cuero viene de la vaca, la vaca come pasto, así que hay que echar el balón al pasto.
Cacao iconográfico en la Plaza de la Libertad
En la plaza de la Libertad, que mientras me quemo la lengua por ansias me queda a 300 metros, hay un cacao iconográfico que ríase usted de cualquier movida por la Memoria que tengamos en España. En una plaza poco más grande que medio estadio del fútbol hay, a saber, un busto del Almirante Horthy -jefe de Estado húngaro entre 1920 y 1944, aliado de Hitler al comienzo de la guerra- dentro del recinto privado de una iglesia pero expuesto a la calle; un memorial por los caídos en la invasión nazi, un contramemorial no oficial colocado frente al anterior por activistas denunciando la supuesta responsabilidad de Horthy en las deportaciones de judíos, un monumento a los soldados soviéticos que cayeron liberando Budapest en 1945 y una estatua de Ronald Reagan a tamaño natural. Y luego, al fondo, el Parlamento, construido en paralelo al Velódromo por los 1000 años de la presencia húngara en Europa.
El Memorial a las víctimas de la invasión nazi es de 2014 y levantarlo exculpando al país de cualquier complicidad con los nazis fue, según sus detractores, un argumento de campaña de Víktor Orbán, el polémico primer ministro húngaro. En 2015 cerró la frontera y “limpió” Keleti de refugiados. Desde 2005 en su ciudad natal, Felcsút, pueblito de algo más de 1600 habitantes, existe un club de fútbol llamado Puskás Akadémia. En principio surgió como un filial de otro club con más solera, el Videoton, y como formador de jugadores, pero en 2013 ascendió a Primera, ya ficha extranjeros talluditos como cualquier otro equipo y este año han quedado terceros. Es decir, en la temporada 2020/21 competirán en Europa.
De la pizzería a medio camino entre el Parlamento y la estatua de Ronald Reagan se han ido marchando las familias locales y los turistas alemanes. Quedamos una parejita, el camarero que habla a volumen decente y yo, que pido cervezas de medio litro como si no hubiese un mañana porque quiero alargar la noche y llegar a ver el gol de Iniesta, aunque sea allí solo y en mitad de una pandemia mundial, sin saber si a medio viaje acabaré confinado otra vez en un país extraño, si cualquier amigo o familiar de mi generación va a seguir trabajando de aquí a seis meses, si cuando llegue a Sevilla podré abrazar a mi abuela o si la idea de Europa que tenemos esta panda de niñatos criados en la UE, la democracia y el mercado común seguirá existiendo para 2022.
Pero el balón está hecho de cuero, el cuero viene de la vaca, la vaca come pasto, así que hay que echar el balón al pasto.
Los ascensos del Granada CF
No he visto ni un partido del Granada CF este año. Seguí el ascenso casi de rebote, aunque entonces sí estaba viviendo en Granada. Me hizo gracia ver a los políticos yendo al estadio por la inminencia de las municipales, porque en el ascenso que sí cubrí, en 2011, cuando Torres Hurtado salió a celebrarlo con los jugadores en la plaza del Carmen -días antes se había marchado la acampada del 15M, semanas antes el eterno alcalde hacía su tercera mayoría absoluta consecutiva- le cantaron “equipo de Primera, alcalde de Tercera”. Cuidado con apuntarse éxitos ajenos, que hasta los que hace un mes te votaban en masa se te pueden echar encima, dijeron los hados, o el espíritu de Puskás.
Os leo en redes y por whatsapp, leo las crónicas. Granada en Europa League. EuroGranada. El fútbol es lo más importante de las cosas que no son importantes. Es, lo dijo un académico, la recuperación dominical de la infancia. Si se siguiese jugando solo en domingo, claro.
Hay que echar el balón al pasto
Para celebrar sus 1000 años de existencia los húngaros levantaron el Parlamento y un Velódromo. La misma dictadura comunista que ayudó a crear a los Magiares Mágicos los destruyó a tiros.
El mismo primer ministro que prospera sobre el recuerdo de esa dictadura puede crear un equipo de fútbol en su pueblo natal y promocionarlo hasta alcanzar Europa.
Pero también te pueden decir que eres favorito al descenso y acabar birlando la plaza a esa misma Europa hasta la última jornada, frente a equipos con el triple de presupuesto y el peso de escudos centenarios. También puedes ser un señor de Albacete de 1,70 y en un estadio en el fin del mundo marcar no un gol, sino El Gol, dejando tiesos a 11 holandeses violentos y tramposos que te han estado matando a patadas durante dos horas.
También puedes elegir no volver a la dictadura, quedarte en el país donde te pilló la invasión y convertirte en leyenda ganando con otro equipo las Copas de Europa que te negaron en casa.
Y es que al final el balón está hecho de cuero, el cuero viene de la vaca, la vaca come pasto, así que hay que echar el balón al pasto.
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