En el momento del cierre de esta entrega, Eslovaquia tiene 1851 casos de coronavirus confirmados y apenas 28 fallecidos. Es uno de los países de Europa, y del mundo, con mejores cifras, incluso en términos relativos. La población del país es de apenas 5,4 millones de habitantes, menos que la comunidad de Madrid. Su capital, Bratislava, tiene 429.000 vecinos según el censo de 2008. Es decir, unos 20.000 menos que Murcia. La superficie del país es de 49.000 metros cuadrados, un poco más que Aragón.
Es una república parlamentaria, en la que la jefatura de Estado la ejerce desde 2018 la abogada ambientalista Zuzana Čaputová y el gobierno desde marzo de este año como primer ministro el conservador Igor Matovic, al frente de una coalición de cuatro partidos.
Bratislava es una de las pocas capitales del mundo fronterizas y además en una frontera triple. El sur del área metropolitana de la ciudad limita con Austria y Hungría, dos bordes de actividad bastante habitual pero que se han pasado cerradas a cal y canto de marzo a mayo.
Si uno llamaba a la embajada española en Eslovaquia en abril, le advertían que para volar a España necesitaba primero el billete de avión desde el aeropuerto en Viena. Que solo se fiase de Lufthansa, lo que implicaba un vuelo con escalas de más de 9 horas únicamente con destino Madrid.
El confinamiento desde dos realidades
La advertencia de que solo Lufthansa estaba ofreciendo vuelos reales se mantuvo hasta junio. Pero eso solo sería el principio de la odisea. Hasta mayo los taxis -übers y demás- tuvieron prohibida la circulación en Eslovaquia excepto para emergencias y el transporte internacional con Austria o cualquier otro vecino estaba suspendido. Así que con el billete de avión para un vuelo con escalas pasando por lugares tan seguros como Londres, el viajero debía conseguir que un coche particular lo llevase hasta la frontera. Cruzarla a pie enseñando el DNI y el billete. Y si no podía venir a buscarlo otro vehículo particular austriaco, caminar 5 kilómetros hasta la estación de tren más cercana para que llegar a Viena y luego al aeropuerto.
Así que he pasado el confinamiento en Eslovaquia.
El de aquí, que se levantó desde la segunda semana de mayo, y el de España, que ha tardado un poco más, con su Eurovision de la fases, Madrid dando la nota y Granada no queriendo ser menos que Málaga.
Visto desde fuera, y obviando la preocupación porque se fuesen ustedes muriendo mientras a mí me lo actualizaban por Twitter, tuvo su gracia. En Chequia o Eslovaquia, países de cuya actualidad estuve pendiente por razones de trabajo pero también porque es muy divertida, la oposición apretaba las tuercas, pero ni se le ocurría amenazar con forzar la caída del estado de alarma. Y eso que en República Checa la oposición se llama Partido Pirata.
Una ciudad con cuatro nombres
Tampoco me voy a pasar de superperiodista: vine aquí a subvencionarme los reportajes trabajando en turismo. Tengo un montón de datos sobre la Historia de Eslovaquia en la cabeza, incluyendo chistes a juego adaptados para clientes españoles, argentinos o mexicanos. Incluso chilenos, pó.
Sé que la ciudad ha tenido cuatro nombres a lo largo de su historia, que en realidad solo se la puede considerar eslovaca desde hace poco menos de 100 años y que fue mucho más tiempo capital de la Hungría ocupada por el Turco que lo que lo ha sido de Eslovaquia independiente. Pero es que este país nació en 1993. Seguro que más de una persona que esté leyendo esto tiene prendas de ropa que se sigue poniendo para estar en casa más viejas que Eslovaquia.
El nombre húngaro de Bratislava era Poszonyi. El alemán, que esto fue Imperio Austriaco, Presburgo. El griego, el mitológico, sería Istrópolis, por el Istro, el nombre del Danubio en la Antigüedad. En la época romana, al sur del río estaba la civilización, el actual barrio de Petržalka era parte de Roma y el castillo de Bratislava una fortaleza celta, bárbara.
Durante la ocupación turca, en la orilla meridional se encontraba el enemigo otomano y la ciudad húngara era el último bastión de la Cristiandad antes de tomar Viena.
En 1948, esto igual les suena, en la extinta Checoslovaquia hubo un golpe de Estado y se instauró una dictadura comunista satélite de la URSS. A 60 km, Viena, territorio neutral -hoy Austria sigue sin entrar en la OTAN-, democracia liberal, futura UE. Al otro, el Telón de Acero.
Una habitación sin vistas pero luminosa
Mi encierro se produjo en una habitación de un piso compartido en la calle Mickiewiczova, muy céntrica, a diez minutos andando de la Puerta de San Miguel y la Ciudad Vieja y quince del Danubio, el Dunaj para la gente de aquí. Una habitación enorme, más grande que el piso para mi solo que tuve en Darro del Boquerón al llegar a Granada en 2009, y con más luz y menos humedad.
En Chequia y Eslovaquia, además, se podía salir a pasear y hacer ejercicio en la naturaleza, y las restricciones se fueron levantando más rápido y de manera menos escalonada. Sólo se aplaudía los viernes a las 20.00 y mi ventana daba a un patio interior, así que escuché más homenajes a los sanitarios a mitad de videollamadas con las amistades que otra cosa.
En cuanto se pudo entrar a los bares con medio aforo y reunirse al aire libre la percepción de riesgo de los eslovacos, que llevaban casi tres meses escuchando que eran los más sanos de Europa, se fue al mismo sitio que debe andar la moderación con el alcohol de sus vecinos checos.
Piense, querido lector, querida lectora, que aquí el sol sale poco, así que cuando aparece los eslavos, como lagartijas, se agarran a la piedra más cercana y se exponen a que les dé todo lo posible.
Un viral eslovaco durante el confinamiento fue una tipa tomando el sol en bikini en el cementerio de Ondrej, a tres calles de mi piso. Como el parque vecino estaba cerrado pero el camposanto seguía abierto para quien quisiese ir a presentar sus respetos a los deudos, decidió no desperdiciar un día de primavera tan bueno y ponerse morena. Una genia.
En fin. Si uno visita el Castillo de Bratislava puede hacerle fotos a los molinos eólicos de Austria, porque está lo suficientemente alto como para que se divise la frontera. No es la Alhambra, pero hacen lo que pueden.
El pasado romano de Bratislava y Granada
Al visitar el museo hay una parte que lleva al turista al sótano, donde le muestran restos de la época romana. Presuntamente en este lado del río, sobre la colina, estaban los celtas, los bárbaros, y al otro lado, donde ahora los molinos austriacos, Roma, la civilización. Sin embargo, se han encontrado más tumbas romanas en la parte “oficialmente” fuera del Imperio.

Trabajos en la villa romana de los Mondragones, Granada (archivo).
No es una asociación muy bien hilada, pero la primera vez que vi los restos romanos donde se supone no debían estar me acordé de los mosaicos rescatados en los Mondragones y que ahora lucen en el Arqueológico de Granada, el de la reapertura infinita.
También recordé que del presunto templo cruciforme que había por allí, quizás de la antigua Elvira, nunca más se supo. Me imagino que la plantilla de currelas del Mercadona que ahora ocupa ese espacio se habrá pasado el confinamiento matándose a trabajar para que mis amigues que viven por la zona hayan podido repostar en tiempos de pandemia. Ya ves, visto así, ni molesta el detalle cínico de que algún negocio de la zona lo bautizasen “Domus”.
Ya de paso, me acuerdo de cuando siendo estudiante conocí a Vico, el filósofo salvaje, ahora más exiliado que yo, allá por México. Otro sevillano. De nuevo, nadie es perfecto. Y me habló de Eugenio Trías y la Teoría del Limes. Básicamente, aplicada a nuestro caso: el límite, la frontera, el borde, no es donde te separas. La frontera es el lugar donde te mezclas.
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